Darío Rojas
Investigador responsable Fondart 405057
Universidad de Chile y Academia Chilena de la Lengua
darioroj@uchile.cl

1. Motivación y marco conceptual del proyecto

Hace algún tiempo vengo participando en proyectos de investigación sobre la historia política de la lengua española en el Chile del periodo independiente, y específicamente sobre las ideas acerca de la lengua promovidas por las élites culturales chilenas, y la raíz política de esas ideas acerca de la lengua . Cuando uno se mete en estos temas se da cuenta de que casi toda la atención se la ha llevado la primera mitad del siglo XIX, sobre todo por las figuras de Bello y Sarmiento, el primero de los cuales sobre todo marcó las líneas maestras en torno a las que se configuró el imaginario lingüístico de la nación. En contraste, la segunda mitad del siglo había quedado más bien descuidada, excepto por los trabajos de Alfredo Matus sobre los diccionarios de chilenismos de fines del XIX, hasta que con mi equipo en la U. de Chile hace un par de años empezamos un proyecto FONDECYT (ver nota 1), ya a punto de concluir, en el que hemos estado estudiando las ideas lingüísticas de las élites hispanohablantes de fines del XIX y comienzos del XX, el periodo que va de 1875 hasta 1927, específicamente.

Ejecutando estas investigaciones nos dimos cuenta de que en este contexto no hay estudios sobre el rol que la Academia Chilena como corporación ha jugado en la conformación de estos imaginarios sobre la lengua y en las políticas del lenguaje en el país. Esta falta es más llamativa todavía si se tiene en cuenta que la Academia desde su fundación en 1885 ha sido uno de los agentes sociales de mayor relevancia pública en cuanto a la cuestión de la lengua en Chile. Un ejemplo muy revelador de la relevancia de la Academia como sujeto glotopolítico es que el abandono de la ortografía llamada “casera” y la oficialización de la ortografía de la RAE en Chile en 1927 se debió en buena medida a la fuerza institucional que ejerció la Academia Chilena para que esto ocurriera (Gutiérrez 2017). El punto es que, con todo el respeto que merecen los conocidos trabajos historiográficos de Miguel Luis Amunátegui Reyes (1937) y de Fidel Araneda Bravo (1976), en realidad no tenemos todavía investigaciones sobre la historia de la Academia que vayan más allá de la enumeración cronológica de hechos y datos, y que profundicen en elementos del contexto político y cultural que puedan ayudar a entender el sentido y motivación de las acciones que ha emprendido esta corporación en distintos momentos y situaciones.

Para llevar adelante una investigación tal, resulta que el Boletín de la Academia Chilena es una de las fuentes fundamentales, porque su historia es casi coextensiva con la segunda etapa de vida de la corporación, que comprende desde 1914 hasta hoy, y reviste además el interés de que es una especie de archivo autobiográfico curado por la propia institución, con todo lo que eso implica en cuanto a la selección de acontecimientos, sujetos e ideas para quedar memorializados en este archivo.

Lamentablemente, el Boletín es una fuente poco conocida, incluso entre los especialistas, y cuyos primeros tomos tienen escasas existencias. La colección completa almacenada en la biblioteca de la Academia no está tampoco en condiciones óptimas, y bastaría cualquier siniestro imprevisible para que desapareciera o se deteriorara irreparablemente.

Por estas razones (el interés científico de sus contenidos y la necesidad de preservación) es que presentamos un proyecto al Consejo de la Cultura del Gobierno chileno, al concurso FONDART Regional, en la línea de Patrimonio Cultural, modalidad Investigación, que afortunadamente nos concedieron, y que nos permitió trabajar desde marzo de 2017 en la preservación de la colección completa que está en la biblioteca de la Academia, su digitalización total y su difusión integral a través de la página web www.boletinachl.cl. Él éxito de la postulación, creemos, no habría sido posible sin el decidido apoyo que la Academia Chilena prestó al proyecto.

La investigación se proponía contribuir a dilucidar el papel del Boletín de la Academia Chilena en el desarrollo del campo cultural de la lengua y la literatura en Chile desde 1915 hasta la fecha actual, en el marco general la historiografía de las ideas y la cultura en Chile (Subercaseaux 2011). Adoptar este marco general nos motivó a “conc[ebir] a la revista como un ‘sujeto’ cultural y político y que interactúa con otras prácticas y discursos” (Ossandón 2012: 9). En este sentido, ponemos en un lugar central la condición política de la intervención institucional en el campo de la lengua y la literatura. En consecuencia, podemos inscribir nuestra investigación en el ámbito específico de la glotopolítica (Arnoux 2008; Arnoux & Del Valle 2010), enfoque de los estudios del lenguaje de carácter emergente y de creciente aceptación entre los estudiosos de la relación entre lenguaje, literatura y sociedad, que presupone entender el lenguaje como una práctica social más que como mera “forma” gramatical, y consiste específicamente en el estudio de las circunstancias materiales e históricas, políticas en sentido amplio, que influyen en las intervenciones, públicas o privadas, institucionales o individuales, sobre el campo de la lengua y sus manifestaciones artísticas y culturales.

La historiografía cultural de inspiración glotopolítica analiza tanto las prácticas (el uso de ciertas variantes en ciertos contextos comunicativos) como los discursos acerca de la lengua (sean textos ensayísticos sobre el lenguaje, textos gramaticales o simples conversaciones acerca de la lengua entre dos individuos), identificando en ambos casos “sus fundamentos ideológicos, su naturaleza performativa y las estrategias a través de las cuales constituyen su posición en el campo del cual y para el cual surgieron” (Del Valle 2016).

Los procedimientos metodológicos de la glotopolítica conllevan un importante componente empírico basado en la noción de archivo, entendido este como un conjunto de textos cuyo(s) sentido(s) debe ser atribuido y activado por el investigador al ponerlos en relación con sus circunstancias históricas. Así, el estudio del archivo pasa fundamentalmente por procedimientos de análisis del discurso, que es definido por Arnoux (2006) como la construcción empíricamente fundada de interpretaciones a partir de textos, la reconstrucción de sentidos para estos, atribuyéndoselos mediante la articulación de saberes procedentes de las ciencias del lenguaje (ya que todo texto es primeramente producto lingüístico) con saberes procedentes de otras disciplinas (historia, sociología, etc.).

El requerimiento empírico del enfoque glotopolítico, precisamente, es lo que justifica, en el marco de la presente investigación, circunscribir y estudiar lingüísticamente un corpus textual, un archivo, correspondiente en este caso al conjunto de los números del Boletín de la Academia Chilena, sobre la base del cual podremos elaborar una interpretación historiográfica complementada por los saberes aportados por la historiografía política y cultural de Chile.

En el enfoque glotopolítico, las prácticas lingüísticas y discursos sobre la lengua se entienden en necesaria y estrecha relación con el contexto social en que ocurren, de modo que una investigación como la presente, transdisciplinar por naturaleza, recurre a constructos teóricos provenientes no solo de la lingüística, sino también de las ciencias sociales. Por ello es que, en primer lugar, y como en casi todos los estudios de corte glotopolítico, recurrimos a la noción teórica de ideología lingüística, que pone énfasis en la motivación política y vinculación con intereses de clase que están detrás de las representaciones sociales sobre el lenguaje. Partiendo de la larga tradición de las ciencias sociales que ha tratado el concepto de ideología (cf. Larraín 2007-2010), así como de las aproximaciones de la antropología lingüística y la historiografía de las ideas lingüísticas, la glotopolítica propone entender las ideologías lingüísticas como “sistemas de ideas que articulan nociones del lenguaje, las lenguas, el habla y/o la comunicación con formaciones culturales, políticas y/o específicas” (Arnoux & Del Valle 2010: 6). Entendemos que estos sistemas de ideas son los que motivan y dan forma específica, en última instancia, a las acciones emprendidas por instituciones como las Academias de la Lengua.

Desde la teoría sociológica de Pierre Bourdieu (2001) acerca del lenguaje, se puede entender que estos sistemas de ideas sobre la lengua son utilizados por las clases dominantes para legitimar y naturalizar un orden simbólico funcional a sus propios intereses. De este modo se construyen, difunden y refuerzan regímenes de normatividad o, en palabras de Bourdieu, mercados lingüísticos que asignan distintos valores sociales a las variedades y variantes lingüísticas, determinando así lo legítimo, que en términos de la lengua normalmente se entiende como “lo correcto” (e incluso se equipara con “lo gramatical”). El Estado, naturalmente, se apropia y beneficia de estos regímenes de normatividad y promueve así el carácter oficial y de prestigio de lo que Bourdieu llama “la lengua legítima”, que se convierte en estándar lingüístico y en eje de los procesos de estandarización, normalización o normativización del lenguaje. En este punto, es obvio que la noción de poder (en el sentido que le ha dado Michel Foucault) también resulta de gran relevancia para una aproximación glotopolítica, en la medida en que la distribución desigual del poder entre distintos grupos de la sociedad y la lucha por la hegemonía se convierten en los factores quizá más importantes en la construcción y disputa de los regímenes de normatividad/mercados lingüísticos.

Precisamente, la glotopolítica, al considerar de primera importancia el poder y los efectos naturalizadores y legitimadores que las ideologías lingüísticas tienen para las clases dominantes, propone en especial (aunque no de forma exclusiva) estudiar críticamente las intervenciones que las instituciones realizan en temas de lenguaje y las representaciones y acciones que estas instituciones promueven e instancian (Arnoux & Del Valle 2010: 6). En el caso de las comunidades hispanohablantes, las principales instituciones de la lengua han sido, al menos desde el siglo XVIII, las Academias de la lengua, partiendo por la Real Academia Española (RAE), fundada en 1713, y sumando, desde el último cuarto del siglo XIX, a las Academias americanas correspondientes de la RAE.

2. Algunos antecedentes históricos sobre la aparición del Boletín

La fundación de la “Academia Chilena correspondiente de la Española” resulta por un lado del afán de la Real Academia Española, desde 1870, por establecer una red internacional de academias correspondientes, y, por otro, de los “climas de opinión” sobre la lengua que se hicieron hegemónicos durante el siglo XIX entre las élites hispanohablantes americanas (Süselbeck 2014).

En el caso chileno, a fines del siglo tenemos una serie de dinámicas glotopolíticas que se originan en la “cuestión de la lengua” que se dio en Chile durante el siglo XIX, en que se gesta una visión culturalmente conservadora de la lengua y la literatura, y fuertemente anclada en lo político. Es ya bien sabido que la lengua española y su cultivo literario fueron un elemento de primera importancia en la construcción del Estado-nación chileno, pues cumplían un rol central en la construcción de ciertas representaciones sociales sobre lo legítimo. Según la interpretación que hemos hecho en investigaciones anteriores de enfoque glotopolítico (Rojas 2015), hacia el último cuarto del siglo XIX en Chile se consolida en torno a la lengua española una comunidad discursiva formada por una serie de intelectuales de la élite hispanohablante, representativos de las más altas esferas de la política y de la cultura chilenas, todos interesados en el cultivo de la lengua y la literatura , varios de los cuales, por supuesto, llegaron a formar parte de los fundadores de la Academia Chilena, entre los cuales sobresale el primer director de la corporación, José Victorino Lastarria, y el primer secretario perpetuo, Zorobabel Rodríguez, este último conocido sobre todo por ser autor de un Diccionario de chilenismos publicado en 1875 (Avilés y Rojas 2014).

Esta comunidad discursiva configura y afianza (primero por diversas vías, pero, y esta es nuestra hipótesis, mediante el Boletín de la Academia a partir de 1915) un clima de opinión afín a la ideología de la lengua estándar (Milroy y Milroy 1999). Esta se caracteriza por un conjunto de metas e ideales acerca de, en este caso, la lengua española, entre las cuales sobresalen la preservación de la unidad del idioma, el perfeccionamiento de la educación lingüística en el país y el cultivo de una literatura de raigambre clasicista. También se caracteriza por una serie de creencias acerca del “deber ser” de la lengua y de su uso literario, que determinan las características del estándar que garantizaría la unidad idiomática. Una de las principales creencias es la de que el estándar debía basarse fundamentalmente en el habla de las personas educadas y en la literatura clásica castellana, especialmente la de los Siglos de Oro. Otra creencia fundamental es la de que el estándar se correspondía con los códigos de la Real Academia Española, especialmente su Diccionario de la lengua castellana, que a su vez se basan fuertemente en la lengua literaria. Las ideas señaladas (junto con otras) se pueden ver reiteradas con pocos matices en las obras de los demás miembros de esta comunidad discursiva.

A partir de esta “infraestructura” intelectual chilena y de otras similares en el resto de Hispanoamérica, entonces, la iniciativa de la RAE, entonces, tuvo sus primeros resultados en Colombia (1871), Ecuador (1874), México (1875), El Salvador (1876) y Venezuela (1883). La justificación era el fortalecimiento de la unidad de la lengua española, que se concebía como uno de los fundamentos principales de la comunidad supranacional llamada “hispanidad”. Hasta hoy, en los relatos oficiales de la historia de las Academias, se puede apreciar que la propia RAE considera esta iniciativa como uno de sus grandes éxitos y contribuciones a la cultura hispana, antecedente además de la actual política lingüística panhispánica. Por otra parte, en los relatos históricos oficiales de la propia Academia Chilena (Amunátegui Reyes 1937; Araneda Bravo 1976), igualmente los autores coinciden en destacar la iniciativa de la Academia Española como el hito inicial fundamental.

En la creación del capítulo chileno desempeñó un papel fundamental el colombiano José María Samper. En 1885, Samper dirigió una carta a su amigo chileno Miguel Luis Amunátegui Aldunate, instándolo a fundar en Chile una academia correspondiente de la española junto con los otros chilenos correspondientes. La sugerencia no tardó en dar frutos.

La sesión inaugural de la Academia aconteció el 5 de junio de 1885, y el 12 de noviembre de ese mismo año la RAE concedió su autorización para la instalación oficial de la corporación chilena. Sin embargo, el inicio de los acontecimientos políticos que desembocaron en la Guerra Civil de 1891, junto con la muerte de los fundadores Lastarria, Amunátegui Aldunate, Domingo Santa María y Jorge Huneeus en 1887, ocasionaron una abrupta y larga pausa de poco más de 25 años en las actividades de la Academia.

Las actividades fueron retomadas recién en 1914. Otro agente externo, nuevamente, jugó un importante papel: el renombrado filólogo e historiador español Ramón Menéndez Pidal, miembro de la RAE y futuro director de la corporación madrileña. A Menéndez Pidal se le había encomendado viajar a América sobre todo con este fin, el de impulsar la reactivación de la diplomacia cultural asociada a la lengua. El 25 de octubre de 1914 se celebró, con la presencia del filólogo español, una reunión preparatoria en la casa del secretario perpetuo Manuel Salas Lavaqui, con la presencia de representantes oficiales del Reino de España y del Gobierno de Chile, en la que se tomó el “acuerdo unánime de reconstituir la Academia Chilena” (véase en este mismo sitio el discurso de Salas Lavaqui publicado en el cuaderno 1, de 1915). Algunos días después, el 8 de noviembre, se celebró la primera junta pública en la Biblioteca Nacional y diversas notas de prensa de la época dan cuenta de la resonancia pública que se le quiso dar al acontecimiento, y especialmente a la presencia del representante de la Academia Española.

En 1915, en el inicio de este segundo periodo, entonces, se publica el primer número del “Boletín de la Academia Chilena correspondiente de la Española”, tal como lo exigían los estatutos. Este órgano venía a cumplir una función específica que respondía a la condición de “correspondiente” que tenían las academias americanas. Se trataba de que la Academia Chilena pudiera entrar en comunicación frecuente con la RAE y que por tanto cumpliera cabalmente su rol de correspondiente y de auxiliar en los trabajos mancomunados. Es decir, se trataba en cierto sentido de sacar al campo cultural chileno de su relativo aislamiento y de ponerlo a funcionar en el contexto más amplio de la hispanidad.

Pero también el Boletín es la publicación periódica que ha servido históricamente de órgano oficial de expresión y difusión para esta institución, ya no solo pensando en la correspondencia con España, sino también en la recepción en el medio local. A través del Boletín la Academia da a conocer públicamente sus actividades y deja testimonio de la vida académica (publicación de discursos de académicos o de invitados, leídos normalmente en actividades de la corporación). Es razonable, por lo tanto, pensar que a través del Boletín se construyen y difunden una “voz” y una “imagen” que se corresponden con la autorrepresentación que la propia Academia tiene de sí misma y que desea instalar en el medio, así como con la representación social que quiere construir o reforzar respecto de la lengua y la literatura en el medio nacional, especialmente entre las élites culturales e intelectuales, que es donde ha circulado y circula hoy con mayor fuerza.

3. Un ejemplo ilustrativo: el primer cuaderno (1915)

El primer cuaderno, correspondiente a 1915 pero aparecido en 1916, es de gran interés para el enfoque de nuestra investigación porque en él específicamente, en comparación con cuadernos posteriores, aparecen ideas fuertemente orientadas a construir una autorrepresentación por parte de la Academia. Digo “por parte de la academia”, pero también participan en la elaboración de esta representación otras instituciones como podrá verse. Es una representación co-construida.

En este primer cuaderno pueden identificarse cuatro partes:

1) Un “Prólogo” del secretario Manuel Salas Lavaqui, en que se hace un recuento de la historia de la institución, y se relata la nómina de los miembros que han ocupado hasta ese momento las 18 sillas académicas. en la parte del relato histórico, Salas se ocupa sobre todo de justificar por qué la Academia entró en un receso tan largo. pero, antes de eso, se detiene en su origen mismo, y aparece aquí una idea que luego se va a reiterar en discursos que están incluidos en el mismo cuaderno, y que tiene reminiscencias de la frase de Nebrija (cf. el prólogo de su Gramática de la lengua castellana, 1492) acerca de que “no queda ya otra cosa que florezcan las artes de la paz”; es decir, se representa la fundación de las academias americanas como una consecuencia casi natural del cese de las hostilidades entre España y algunas repúblicas americanas que habían ocurrido a mediados de la década de 1860, y específicamente en el caso chileno, consecuencia del tratado de paz y amistad firmado entre España y Chile en 1883 que “acordó completo olvido de lo pasado y una paz sólida e inviolable, y restableció entre ambos pueblos las relaciones diplomáticas y consulares”.

2) Luego, un conjunto de discursos leídos en la junta pública de la biblioteca nacional de noviembre de 1914: el de Ramón Menéndez Pidal, el del ministro de instrucción pública, Absalón Valencia, el del Marqués de González, ministro de España, y el del académico chileno Juan Agustín Barriga. No me detengo ahora en ellos porque lo voy a hacer al final.

3) Otra sección corresponde al discurso leído por Domingo Amunátegui Solar en el acto de su recepción pública del 18 de julio de 1915, acompañado por aquel leído por el académico José Toribio Medina en contestación al anterior. Amunátegui Solar se dedica básicamente a elogiar la tradición chilena de estudios de la lengua castellana lo cual vincula en general a una fidelidad natural de Chile respecto de España: dice que “nuestro país no merece ciertamente el reproche de ser hijo desnaturalizado; y el corazón de sus ciudadanos ha liberado en toda circunstancia, triste o festiva, con las glorias y desgracias de la madre patria”. Destaca también que “la influencia literaria y científica de España entre nosotros ha sido mucho más poderosa después de 1810 que durante el periodo colonial; habiendo sin duda contribuido a aumentarla la creciente facilidad de comunicaciones entre Europa y América, y el indubitable progreso en la ilustración de los chilenos”, y que “donde la inspiración española dominó sin rival a la juventud fue en el campo de la poesía”. Concluye destacando que la Academia chilena, en consecuencia, “se halla obligada a fomentar por todos los medios posibles, dentro de la órbita de sus facultades, la cordialidad hispano-americana”. Su frase de cierre construye la siguiente imagen: “la abundante savia de la real encina, distribuida así entre sus verdes retoños del nuevo mundo, rejuvenece día a aquella y aseguraría a estos prolongada y robusta existencia”. Medina por su parte, trata los temas de “como se tradujo en el periodo de la colonia”, y “el aporte literario de la América a la producción propiamente peninsular”.

4) Finalmente, una sección dedicada a los textos leídos por académicos en un homenaje público en honor de Miguel Cervantes realizado el 23 de abril de 1916 con ocasión de los 300 años de su muerte. Medina leyó algunos fragmentos de su trabajo “Cervantes americanista”; Enrique Nercasseau habló sobre la vida y obra de Cervantes; Manuel Antonio Román se refirió a las palabras o giros usados por Cervantes que desde España parecen anticuados pero que tienen vigencia en el directo chileno u otros de Hispanoamérica; finalmente Francisco Concha y Castillo declamó una poesía titulada la apoteosis de Cervantes. Como nota curiosa, según relata una nota preliminar firmada por el director y el secretario de la Academia, “el señor director descubrió el retrato de Cervantes que debe instalarse en la sala de reuniones de la academia, y al mismo tiempo se tocó por la orquesta el himno real español, que fue oído de pie por todos los concurrentes”.

Volvamos a lo que había dejado pendiente: los discursos de la primera junta pública de la Academia Chilena.

En síntesis, primero, cada uno de los oradores (Menéndez Pidal, Valencia, el marqués de González y Barriga) plantea el problema de la unidad de idioma como la tarea fundamental de las academias y en particular aquella a la cual debe contribuir con mayor empeño la Academia Chilena. En el caso del marqués, plantea abiertamente el tema de la contrarreforma ortográfica, o sea la necesidad de que la Academia Chilena se preocupe de reencauzar al país dentro de la corriente ortográfica predominante en el mundo hispano, para así satisfacer el ansia de unidad total.

En segundo lugar, vinculan los asuntos del idioma con los asuntos de la diplomacia cultural, aludiendo sin nombrarla a la idea de la hispanidad; aparecen frases como “cimentar los lazos fraternales que unen ya felizmente a españoles y chilenos” (marqués de González).

Por último, en todos ellos se pone de relieve la centralidad de España y de la Real Academia Española (que el ministro Valencia califica de “el centro de la unidad necesaria del idioma”) en la comunidad de naciones hispanohablantes, centralidad que debe servir de horizonte para la construcción y preservación de la unidad idiomática. Se destaca abiertamente y se asume el rol auxiliar y subordinado que tendrá la Academia chilena en la política lingüística del mundo hispanohablante.

Por supuesto en cada uno de estos autores aparecen particularidades propias de sus competencias o intereses.

En Menéndez Pidal, por ejemplo, el problema de la uniformidad y la corrección lingüística se pone en relación con los hallazgos de la ciencia del lenguaje. Quiero imaginarme que con esto Menéndez Pidal se proponía interpelar uno de los principales intereses de las élites gobernantes chilenas durante las primeras décadas del siglo XX: el de lograr para el país una condición moderna, entendida primero de manera positivista y cientificista, en cuyo contexto hay que entender entre otros hitos, la creación del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile a fines del XIX, y la llegada de Rodolfo Lenz y Federico Hanssen, representantes de la moderna ciencia del lenguaje desarrollada en Alemania.

Dice Menéndez Pidal:

“no olvidemos que la ciencia que antes buscó el principal fundamento de la gramática ora en la lógica, ora en la psicología, ora en la historia, propende ahora a buscarlo en la estética, atendiendo especialmente al buen gusto. En vez de la tendencia histórico-positivista que todo en el lenguaje lo halla condicionado, relativo y cambiante, olvidando casi totalmente el concepto de corrección lingüística, vienen nuevas tendencias idealistas a reconocer de nuevo gran importancia a la gramática, que atiende de preferencia a la antes desdeñada idea de la corrección y el buen uso.” La actividad normativa, de esta manera, aparece planteada como una actividad totalmente moderna, hasta de vanguardia, legitimada por la autoridad de la ciencia. Y un poco más adelante sugiere que la corrección idiomática la exige la naturaleza misma del lenguaje humano:

“esta corrección y unidad del idioma no es ninguna invención artificiosa que las academias o los gramáticos traten de imponer, persiguiendo una comodidad teórica reñida con la realidad del lenguaje. No es una violencia caprichosa hecha al lenguaje espontáneo, algo que coarte la libre expresión personal; sino que es simplemente la última consecuencia de la adaptación que es necesario siempre perseguir entre la expresión del que habla y la comprensión del que escucha.”

Otro asunto que interesa destacar del discurso de Menéndez Pidal es la de la identificación de las principales tareas específicas que debería cumplir la Academia Chilena en esta época de reactivación. La principal es la contribución que hará, junto con las demás academias americanas, a la próxima edición del Diccionario de la lengua española (la de 1925, se entiende), en la que “el americanismo debe ocupar un lugar importante”, y para cuyo éxito la Academia Española “necesita la competencia de las academias correspondientes para que atesore el mayor número de vocablos, los clasifiquen y señalen cuáles son los que recibe el uso de la gente culta y cuáles los que están y deben estar relegados al de la gente vulgar”.

Finalmente, el mismo Menéndez Pidal destaca la función específica que tendrán en la política lingüística de las academias dispositivos como el Boletín. Dice Menéndez Pidal: El decaimiento de algunas de las Academias antes fundadas, debe achacarse a falta de comunicación: les faltaba la esencial correspondencia con la Academia Española, que su título implica. Pues bien, esta relación tiene hoy su órgano material que la asegure: la Academia Española en este su reciente periodo de nueva dirección y nueva actividad ha empezado a publicar un Boletín que será el medio eficaz de intercambio de ideas, sea acogiendo trabajos de las Academias americanas, sea trayéndoles los de la española para que en cambio remitan las americanas otro boletín análogo, como hacen ya las que tienen recursos oficiales para publicarlo.

Entonces, a partir de un muy somero paseo por el primer cuaderno del Boletín se puede apreciar que este tiene una evidente condición de vehículo de una autorrepresentación de las funciones de la Academia Chilena. En esta autorrepresentación se escenifica marcadamente el rol central de la RAE y de España en la gestión de la lengua, frente al rol subordinado y auxiliar que asume la Academia Chilena. Esto se ve tanto en que la Academia Chilena, todavía después de casi treinta años de su fundación, recurre (y prefiero leerlo como una opción cargada de sentido más que como una mera inercia) a su nombre original de “Academia Chilena correspondiente de la Española” (cuestión, la de la “correspondencia”, que aparece directamente vinculada al Boletín) igual como se ve en la presencia activa de representantes de la institucionalidad española en la conformación de los hechos archivados en el cuaderno (escogidos con intención, por tanto): el marqués de González, por el lado de la Corona española (institucionalidad política), y Ramón Menéndez Pidal, por el lado de la RAE (institucionalidad de la lengua). Asimismo, tanto los temas de los discursos escogidos para ser publicados como la memorialización de la muerte de Cervantes en este archivo, junto con varios otros datos relativos a la presencia de lo culturalmente “español”, confluyen en este eje de sentido.

Se trata, por tanto, de manifestaciones de la selección editorial/curatorial de una serie de ritos que escenifican, como digo, una representación específica de la lengua y sus hablantes; se trata de una serie de eventos glotopolíticos, constituidos en archivo y memorializados bajo la forma de una publicación periódica que, a su vez, se convierte en vehículo de performativización de la identidad que la Academia Chilena asumía, entendida en ese momento como una identidad subordinada y auxiliar.

4. Cierre e invitación

Lo expuesto en el apartado anterior es solo un ejemplo, una de las posibles aproximaciones al estudio de los contenidos del Boletín, que podrán por supuesto admitir, como todo archivo, varias interpretaciones. Acá yo puse énfasis en temas lingüísticos, pero por supuesto también hay muchos documentos de gran interés para la historia literaria del país. Van a encontrar textos de Miguel Arteche, Guillermo Blanco, Francisco Coloane, Hernán Díaz Arrieta (Alone), Joaquín Edwards Bello, Federico García Lorca, José Ricardo Morales y Pablo Neruda, entre un larguísimo etcétera. También de personajes de gran relevancia para la historia política, como Arturo Alessandri Palma.

Como equipo queremos invitarlos encarecidamente a que exploren este recurso y esperamos que puedan sacarle provecho para sus investigaciones y procesos creativos. Creemos que este resultado del proyecto va a ser útil no solo para investigadores de la lengua, la literatura, la historia y la cultura de Chile durante el siglo XX, sino también para profesores, periodistas, creadores y cualquier persona con curiosidad intelectual. Va a significar un gran avance en cuanto al resguardo de este patrimonio, así como en cuanto a la democratización del acceso a estos documentos, que a veces son difíciles de encontrar.

Referencias citadas

Amunátegui Reyes, M. L. 1937. La Academia Chilena en el cincuentenario de su fundación. Santiago (Chile): Imprenta Jeneral Díaz.
Araneda Bravo, F. 1976. La Academia Chilena correspondiente de la Real Española e integrante del Instituto de Chile. Santiago (Chile): Editorial Universitaria.
Arnoux, E. 2006. Análisis del discurso: modos de abordar materiales de archivo. Buenos Aires: Santiago Arcos Editor.
Arnoux, E. 2008. Los discursos sobre la nación y el lenguaje en la formación del Estado (Chile, 1842-1862). Estudio glotopolítico. Buenos Aires: Santiago Arcos.
Arnoux, E., y J. del Valle. 2010. Las representaciones ideológicas del lenguaje. Discurso glotopolítico y panhispanismo. Spanish in Context 7(1): 1-24.
Avilés, T., y Rojas, D. 2014. Argumentación y estandarización lingüística: creencias normativas en el Diccionario de chilenismos (1875) de Zorobabel Rodríguez. Revista Signos. Estudios de Lingüística 85: 142-163. Bourdieu, P. 2001. La producción y la reproducción de la lengua legítima. En ¿Qué significa hablar? 3.ª ed., 17-39 Madrid: Akal.
Del Valle, J. 2016. Lenguaje, política e historia: ensayo introductorio. En J. del Valle (ed.), Historia política del español: la creación de una lengua. Madrid: Aluvión.
Gutiérrez, D. 2017. Reforma ortográfica e ideologías lingüísticas en Chile (1913 – 1927): la Academia Chilena de la Lengua y el retorno a la ortografía de la RAE. Tesis de magíster, Universidad de Chile.
Larraín, J. 2007-2010. El concepto de ideología. 4 volúmenes. Santiago (Chile): Lom.
Milroy, J., y Milroy, L. 1999. Authority in Language: Investigating Standard English. London: Routledge.
Ossandón, C. 2012. Presentación. Mapocho 71 [“Revistas en Chile y Latinoamérica”]: 9-10.
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Subercaseaux, B. 2011. Historia de las ideas y la cultura en Chile: desde la Independencia hasta el Bicentenario. Tomo 1, volumen 1: Sociedad y cultura liberal en el siglo XIX. Santiago (Chile): Editorial Universitaria.
Süselbeck, K. 2014. Las Academias Correspondientes de la Lengua en la Hispanoamérica del siglo XIX. En Sandra Carreras y Katjia Carrillo Zeiter (eds.), Las ciencias en la formación de las naciones americanas, 271-294. Madrid/Frankfurt: Iberoamericana/Vervuert.

El presente texto es una versión revisada de la presentación del proyecto y su sitio web, leída el 17 de julio de 2017 en el Salón de Honor del Instituto de Chile. Esta, a su vez, era versión adaptada de una comunicación plenaria leída en el VIII Jornadas Internacionales de Filología y Lingüística y II de Crítica Genética "Las lenguas del archivo", celebradas en la Universidad Nacional de la Plata, Argentina, el 22 de junio de 2017.

Entre otros: proyecto FONDECYT-Regular 1150127 “Ideas lingüísticas en los debates sobre léxico y ortografía en Chile (1875-1927)”, financiado por CONICYT y ejecutado entre 2015 y 2018 (véase: https://sites.google.com/a/u.uchile.cl/ideas-linguisticas-en-chile-1875-1927/home); proyecto CSSOC-2011-3363 “Actitudes lingüísticas en los diccionarios del español de Chile de fines del s. XIX”, financiado por la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo de la U. de Chile y ejecutado entre 2011 y 2013; proyecto Fondart Regional 71804 “Rescate del archivo personal de Ambrosio Rabanales: educación y lenguaje en Chile (1936-2010)”, financiado por el CNCA y ejecutado durante el 2015.